Personalidad carismática

Vamos a intentar desgranar la “personalidad carismática”[1] de Madre María Eugenia, y los elementos de la espiritualidad de la Asunción surgidos de su proceso espiritual. Esos elementos jalonan el camino de esta “forma” específica de santidad que han vivido las hermanas y laicos que nos precedieron, y estamos llamadas a vivir también nosotras, y por ser un don del Espíritu para la Iglesia, todos aquellos que se sientan atraídos por este carisma[2].

Vida contemplativa

La espiritualidad de la Asunción se asienta en una particular experiencia mística, o “vivenciación” del misterio, de la que parten y al mismo tiempo sustenta, los demás elementos que jalonan el camino de santidad. Experiencia que configura una determinada confesión y anuncio de fe, o lo que es lo mismo, los rasgos particulares del único e infinito misterio divino. Dios es reconocido por Madre María Eugenia el único santo y fuente de toda santidad, y nos lo ha transmitido con estos rasgos fundamentales:

  • Dios Bondad Infinita, creador de todo lo que existe, ha revelado en Cristo su Verdad. Dios creó al ser humano capaz de entablar una relación con Él, pero el mal uso de la libertad que le concedió como don, rompió esta comunión y replegó al ser humano sobre sí mismo (egoísmo natural lo llama santa Mª Eugenia). Dios es el que conduce todo con su divina providencia, su Bondad garantiza la realización plena de su plan de salvación.
  • Para redimir al ser humano de su egoísmo natural, el Hijo se ha encarnado, revelando con su vida-muerte-resurrección el camino de retorno hacia Dios, y otorgando a la naturaleza humana el dinamismo interno que posibilita el cumplimiento de su vocación original: la alabanza (Laus Deo) y el servicio de Dios (Adveniat Regnum tuum). El creyente, comprometido en el seguimiento y en la imitación de Jesucristo, puede aprender esta Verdad presente en su Palabra, y dejarse transformar por este misterio actualizado en cada Eucaristía.
  • El Espíritu Santo es el que realiza esta “cristificación” de la persona, integrando todas sus capacidades en el Amor, para amar. El mismo Espíritu que actuó la instauración del Reino del Padre por el Hijo, e impulsó su extensión en los comienzos de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, sigue colaborando para que el Padre, en el Hijo, reine cada vez más en la vida del creyente y en el Mundo.
  • En María Asunta a los cielos el creyente descubre la realización de este proyecto divino, como precursora de la humanidad regenerada.

De estos rasgos que configuran la experiencia mística, surgen unos instrumentos ascéticos, que sugieren al creyente las prácticas con las que puede libremente colaborar con la Gracia que le transforma en Cristo, según la propia espiritualidad. Es la respuesta del creyente al don del amor divino derramado en su corazón, pero al mismo tiempo, tarea que quiere colaborar libremente con ese don. Esta tarea considerada desde la vertiente del esfuerzo, es instrumento ascético, pues es lucha contra tendencias naturales del ser humano que le repliegan en el egoísmo y le impiden realizar la santificación en el Amor, para amar:

  • El creyente que ha “vivenciado” la Bondad Infinita de Dios, y se ha experimentado como ser erradicado en Él, responde con un amor que llega a la adoración, reconociendo y ejerciendo sus Derechos, comenzando por escuchar con fe y amor, la Verdad que en Cristo le comunica.
  • Esta experiencia de la Infinita Bondad de Dios, reconocida en su actuar histórico salvífico, que alimenta la espera en la promesa de la plena realización de su plan salvador, sostiene e impulsa el desprendimiento gozoso, que es el medio por el cual el creyente abandona progresivamente todo lo que le aparta de Dios y le repliega en sí mismo, todo amor a las cosas de la tierra e incluso a sí mismo; y se compromete en un proceso de simplificación que le lleva a la comunión con Dios.
  • La Verdad sobre el ser humano y su vocación, reconocida en la revelación personal del Hijo, como una existencia vivida en alabanza y servicio al Dios del Reino y al Reino de Dios, suscita una respuesta de amor que lleva al seguimiento y a la imitación de sus virtudes: caridad, humildad, conformidad y abandono en la voluntad salvífica del Padre, espíritu de trabajo y sacrificio.
  • La espiritualidad de la Asunción propone un camino de seguimiento e imitación de Jesús que lleva a la “cristificación” de la inteligencia, las emociones, la voluntad… (educación del carácter) por medio del estudio y la oración, que ayuda a centrar la atención en Él, y dispone a la acción del Espíritu que obra la transformación, e incluso puede llevar a la unión con Dios.

De la experiencia espiritual de la Asunción, y como parte de ella, debemos considerar el “pensamiento de celo” que constituye la filosofía que orienta y la pasión que anima su compromiso apostólico: La regeneración social a partir de los valores del Evangelio.

  • Pensamiento de celo que brota de la experiencia personal de redención antes descrita, y que compromete con la misión de seguir extendiendo ese Reino del Padre que el creyente ha sentido dilatarse en el propio corazón, liberándole del egoísmo.
  • Toda persona tiene una misión en este Reino, es un derecho y un deber, descubrir la propia vocación, y trabajar por el advenimiento del Reino en su “pequeña esfera”.
  • El Reino del Padre instaurado y anunciado por Jesús, y propagado en el Mundo por la acción del Espíritu Santo en su Iglesia, ofrece un proyecto de vida personal y de orden social basado en la Verdad revelada. Esta Verdad, identificada con Cristo, es la base de la educación cristiana y por lo tanto debe configurar los proyectos educativos de las diferentes acciones pastorales de la Asunción.
  • Esta transformación en Cristo del individuo y, por medio de él, de la sociedad, que pretende la educación cristiana, nunca puede ser impuesta, sino propuesta a la libre razón y voluntad del individuo. La acción educativa sólo pondrá las bases necesarias para que la gracia pueda actuar en los corazones, e impulsarlos a recorrer el propio camino de santidad.

Estos elementos, en las personas que los han descubierto y reconocido como propios, constituyen el sentido de pertenencia, de los que se saben miembros de la familia Asunción formada por todos los que los comparten desde diferentes formas de vida. La persona que se siente llamada a vivir su particular vocación a la santidad desde la “forma” que le ofrece la espiritualidad de la Asunción:

  • El ideal comunitario de Madre María Eugenia está expresado en la primera frase de la Regla de san Agustín: “Antes de nada, amemos a Dios y amemos al prójimo, porque este es el primer mandamiento que nos ha sido dado”. Quien une a los miembros de la comunidad es el Espíritu derramado en nuestros corazones, esta ley de caridad es la que vivió y enseñó Jesucristo hasta dar su vida; la comunidad se convierte en una escuela del amor evangélico. Se traduce en la práctica: cordialidad, servicio, corrección fraterna…
  • Un solo corazón y una sola alma dirigidos hacia Dios”. Dos momentos privilegiados para ello: Tiempos de recreo donde la conversación “sosegada y alegre” se espera también impregnados en Dios; y tiempos para la formación comunitaria (¿Reunión comunitaria?), fijados para el “bien espiritual de sus almas y para una más perfecta observancia de la Regla”.
  • Existen sin duda algunos signos de pertenencia de aquellos que se reconocen miembros de esta familia y comprometidos con ella; los cuales reconocen en su corazón los tres amores que se representan en nuestro escudo: Cristo, María y la Iglesia; y articula su opción fundamental que se concreta en su proyecto de vida, desde los rasgos que acabamos de enumerar, y que trazan el camino de santidad de la Asunción, en la doble divisa: “Laus Deo” y “Adveniat Regnum tuum”; y se compromete en vivirlos.

Estas son las tres dimensiones de la espiritualidad de la Asunción que jalonan una particular “forma” de santidad, por la que va surgiendo la persona nueva a imagen de Cristo, capaz de ofrecerse en Él al Padre por el Espíritu, en una vida entregada a la alabanza y al servicio al Dios del Reino y al Reino de Dios.

 

[1] La espiritualidad de los diferentes institutos o movimientos ofrecen a los creyentes los medios o instrumentos para realizar su particular vocación a la santidad. La personalidad carismática está constituida por: 1. El sentido de pertenencia, del que ama la comunidad o institución de la que forma parte y se compromete en-con ella. 2. Una determinada experiencia mística, que revela al creyente los elementos que configuran el carisma, y posibilita su “vivenciación”. 3. Unos instrumentos ascéticos, que le sugieren las prácticas con las que puede libremente colaborar con la gracia que le transforma en Cristo, según la propia espiritualidad. 4. Un compromiso apostólico determinado, que surge de la experiencia espiritual, y que llama a una acción transformadora de la realidad según los valores del Reino. Cf. A. Cencini, Amarás al Señor tu Dios. Psicología del encuentro con Dios, Sígueme, Salamanca 2003.

[2] Desde el punto de vista antropológico, la vocación personal o llamada a una determinada forma de vida en seguimiento de Cristo según una espiritualidad concreta, puede ser entendida desde la seducción de unos valores específicos, que motivarán a la persona en la respuesta y realización de su vocación. J.C.R. García Paredes, Teología de las formas de vida cristiana 3. Perspectiva sistemático-teológica. Vocación, consagración, misión, comunión, Publicaciones Claretianas, Madrid 1996.